martes, 16 de julio de 2019

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En 2017 conocí en San Pablo, Brasil, a una chica cubana que vivía en España. Me contó que se exilió de la isla cuando terminó la universidad y se fue a vivir a la casa de una tía en Madrid.
El primer día que llegó su tía la llevó a un supermercado y cuando llegaron a la góndola de las galletitas le dijo que elija la que quiera para la merienda. Ella se quedó quieta sin poder elegir, porque nunca había visto tanta variedad, ni tampoco había tenido la posibilidad de elegir entre un producto u otra. También quedó impactada cuando empezó a viajar en el metro: no podía entender por qué las personas estaban tan alienadas, como creyendo que esa realidad (capitalista) que vivían era la única opción posible.

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