miércoles, 31 de julio de 2019

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Anoche antes de irme a dormir me acordé de algo que hizo mi papá en 2004:

Cuando estaba en cuarto grado en la escuela nos enseñaron a mandar cartas. Cómo había que completar el sobre, qué datos iban de un lado, qué datos iban del otro, para qué servían las estampillas. La maestra, que se llamaba Gabriela, nos propuso que le mandáramos una carta a los chicos de otra escuela, de otro cuarto grado. En ese momento les dije que mi papá trabaja en un correo, que él podía hacer llegar la carta.
Yo tenía diez años. En mi cabeza me imagine todo el supuesto recorrido que haría la carta para llegar desde mi escuela hasta la otra escuela. Un día mi papá vino a buscar el sobre hasta mi aula y la verdad es que no sé si él la despacho o si simplemente se subió a su auto y se fue a buscar el otro sobre hasta la otra escuela. Imagino que la debe haber despachado.
Algunos días después, llegó la respuesta. Con todos mis compañeros y compañeras nos pusimos alrededor de la mesa de la maestra para leer la carta. Tengo la idea de que yo fui quién la leí, pero ahora lo dudo. Había eliminado esa anécdota de mi cabeza.
Me gustaba pensar que mi papá era cartero.

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