domingo, 30 de junio de 2019

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Poder y privilegio. Poder y privilegio. Poder y privilegio. Poder y privilegio.
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Hoy escribí:
Te amo

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Dos chicas

Ana vuelve a su casa en bicicleta. Es de noche, en Buenos Aires hace calor, hay humedad y fuego en algunas esquinas: la mitad de la ciudad está a oscuras hace tres días y los vecinos salieron con carteles y cacerolas para quejarse. Ana los ve pero no les presta atención. En su barrio nunca hay problemas con la electricidad. Vive en el norte de la ciudad.
Ana salió temprano de su casa, con menos calor, con menos humedad, con menos fuego y con más luz. Cuando salió decidió pedalear todo el día sin casco, para que no le transpire la cabeza y para poder escuchar música con los auriculares de vincha que usa cuando trabaja de dj en alguna fiesta electrónica. El resto de los días atiende un bar y da clases de pintura para niños. Ana pedalea escuchando un disco con versiones vaporwave de Charly García. Siente que flota. Pedalea despacio. La humedad se le mete en el cuerpo. Cierra los ojos y avanza sin mirar.
Cuando abre los ojos Ana decide mirar para arriba: le gusta ver los caserones de Belgrano. Ventanas gigantes, molduras, jardines. Cada vez que Ana pasa por ahí se imagina cómo son esas casas por dentro, cómo son sus dueños, qué tipo de problemas tendrán y también imagina cómo sería su vida si ella viviera así, con ese estilo de vida. No reniega de su pasado, de haber nacido en Florencio Varela, ni de vivir en un monoambiente en el patio de una señora de 76 años, que enviudó a los 37: su marido fue atropellado por un colectivo de que pasó en rojo. Nunca tuvieron hijos.
Ana piensa si alguna vez podría entrar a uno de esos caserones, si puede tocar el timbre de algún vecino y decirle dejame pasar quiero conocer tu casa y no parecer una persona con problemas mentales. Cada vez que tiene esa fantasía se acuerda de un cuento que leyó una vez y que contaba la historia de una madre y su hija que se dedican a pasear por barrios lujosos de la ciudad solo para admirar la arquitectura de la que disfrutan los ricos. El nudo de la narración se da cuando la madre se instala en una casa y no quiere salir. Ana no tiene presente el final de la historia, pero cree que todo termina cuando la policía saca a la madre de la mansión de forma violenta. O tal vez es el marido de la dueña de casa. No se acuerda. 
Ana está a pocas cuadras de su casa. Le quedan pocos minutos para disfrutar de las casas gigantes, de la calle ancha con adoquines y de los árboles gigantes que crean una especie de túnel silvestre. De repente todo se queda oscuras. Ana se sorprende y piensa este verano los chetos tampoco van a tener luz. A ella le parece bien eso porque siempre le pareció injusto que los que menos gastan sean los que menos luz tienen. Ana piensa en la cantidad de aires acondicionados que hay en estos caserones, en el daño ambiental que provocan, en la cantidad de gases tóxicos que deben emitir todos los electrodomésticos que tienen las personas de las clases altas adentro de sus casas.
Ana está convencida que la tasa de muertes por cáncer es mayor en poblaciones ricas que en poblaciones pobres. Ella cree que es así por la cantidad de dispositivos eléctricos que emiten radiación dentro de esas mansiones.
Después de pedalear unas cuadras a oscuras Ana ve que la esquina de la próxima cuadra está iluminada. El contraste entre la oscuridad total del barrio y esa esquina es violento. Se acerca hasta ahí y para: quiere saber por qué hay personas con rasgos asiáticos haciendo fila para entrar al caserón. Tienen ropa de gala, hablan fuerte. Algunos sostienen unos farolitos de papel que iluminan toda la cuadra. La fila es tan larga que dobla a la esquina.
Ana no puede dejar de mirar los atuendos y los peinados de los hombres y las mujeres. Piensa que puede ser una secta, una orden de chinos poderosos que se juntan para hacer negocios o armar una sede de la mafia china en Buenos Aires. Se baja de la bici y empieza a caminar al lado de la fila. La recorre. Nadie la mira. Trata de entender qué dicen y de qué parte de oriente son, pero no logra darse cuenta.
Cuando llega a la puerta del lugar ve a una chica con un kimono negro pero brillante con una carpeta en la mano y dos tipos vestidos de negro detrás de ella. Cada uno con una katana en las manos. Cuando las ve Ana piensa en Hattori Hanzo, el personaje japonés que le hace una katana a Uma Thurman en Kill Bill. Se pregunta si existe Hattori Hanzo, si las katanas que tienen estos tipos de seguridad serán diseños de Hattori Hanzo. Decide buscar en Google.
Dice Wikipedia: “Hattori Hanzo fue un samurai de los periodos Sengoku y Azuchi-Momoyama de la historia de Japón. También se le considera uno de los samurai más conocidos, líder de los clanes de Iga. Murió en 1596. Se cree que fue asesinado por un ninja rival llamado Fuma Kotaro”.
Ana se desilusiona un poco por la poca información que hay en Internet sobre Hattori Hanzo. Volverá a investigarlo dos años después cuando decida tomar clases de esgrima con una profesora japonesa que le enseñará cómo manejar una katana.
Cuando termina de leer la entrada de Wikipedia Ana escucha que dicen su nombre. Ana, Ana sos vos, dice alguien detrás de ella. Cuando se da vuelta ve que la mujer que estaba en la puerta con el kimono negro pero brillante, protegida por dos tipos de negro con katanas, se le acerca. Ella no reconoce quién es, pero después de unos segundos se da cuenta que es Valeria, su mejor amiga la escuela. Hace más de 15 años que no se ven. Ana se saca sus auriculares de vincha, los que usa para pasar música cuando es dj, le da un beso con un abrazo y le dice Vale cómo estás, hace años que no te veo. No me digas Vale, Ana, porque acá estoy laburando así que tengo que usar mi nombre de verdad, el de nacimiento, el coreano, así que decime Young mi.
Young mi le cuenta a Ana que trabaja hace algunos años en la embajada de Corea. Es la encargada del área de ceremonial y protocolo. Ella es la única que habla español y coreano, así que se encarga de hacer todas las gestiones con los proveedores y los diplomáticos cada vez que hay un evento. Youn mi dice que hoy es la cena anual que organiza la embajada de Corea para los empresarios Coreanos que están en Argentina, que si quiere puede pasar a la fiesta con ella. Ana duda de entrar, no tiene un look adecuado, pero su amiga insiste y además le pide que musicalice la noche, porque el dj coreano que iba a pasar música nunca llegó a la fiesta. A la semana siguiente Young mi se enterará que el dj nunca llegó porque se escapó con la hija del embajador a Brasil. Una vez instalados abrirán un local de ropa coreana en Río de Janeiro y él se convertirá en uno de los djs más importantes de la escena carioca.
Finalmente Ana decide entrar a la fiesta. Recorre el lugar. La embajada está ubicada en el centro del terreno. No tiene ningún rasgo que remita a Corea, salvo por unas acuarelas con motivos coreanos que cuelgan en algunas paredes del lugar. En un costado de la casa hay seis motores andando, son de esos que dan luz, los que funcionan con nafta. Hacen mucho ruido pero permiten que la fiesta avance. Afuera, los vecinos se quejan en la esquina por el corte de luz que ya lleva unas dos o tres horas. A pesar de las mujeres tienen joyas en sus manos y cuellos y que los hombres están de mocasines deciden prender fuego un tacho de basura que hay en la esquina. El ruido de la protesta se mezcla con el ruido de los motores. Dos de los seis motores largan mucho humo.
Después de recorrer el patio Youn mi, o Valeria, le dice a Ana entremos, la mujer del embajador te va a prestar ropa de gala para que no estés a destono. Ana sigue a su amiga por toda la embajada, suben y bajan escaleras, doblan por pasillos anchos y otros angostos, se meten en cuartos que sirven para llegar a otros pasillos: según Youn mi, es el camino más rápido para llegar al cuarto del embajador. Ana se da cuenta que no sabe como volver, que si no estuviese con su amiga Valeria estaría perdida.
Pasan unos quince minutos hasta que Ana y su amiga llegan al cuarto del embajador. Para que la puerta se abra, Youn mi apoya una tarjeta de plásticos que tiene colgada del cuello en un cuadradito de acero con una lucecita roja. Después de unos segundos la luz se pone verde y entran. En la habitación está Mi-Suk, la mujer del embajador. Sobre la cama un traje de dos piezas: una pollera de tubo y una chaqueta tiene en los hombros unas flores de loto bordadas. Mi-Suk le dice en coreano a Youn mi que le diga a Ana que se lo pruebe, que va a hacer quedar mal al embajador si sigue vestida como está. Youn mi le explica a Ana que Mi-Suk le dijo que se pruebe el traje, que se cambie de ropa porque si sigue con la que tiene puesta va a hacer quedar mal embajador.
Ana se mete atrás de un biombo que tiene Mi-Suk en su habitación. Se saca la ropa que tiene puesta, se pone el traje de dos piezas y se mira al espejo. Le gusta como le queda y decide que se va a ir de la fiesta con esa ropa, que no la va a devolver, que a cambio va a dejar su ropa occidental en el piso de la habitación. Antes de salir del biombo agarra dos pulseras de oro con diamantes verdes incrustados que estaban en el placar y se las mete abajo del corpiño.
Mientras volvían a la fiesta Valeria le dice a su amiga Ana que la acompañe al baño. Entran en uno que es enteramente de mármol blanco. Valeria saca una cajita de cristal rojo. La abre y con la tarjeta de identificación de la embajada se toma un pase de cocaína. Le ofrece a su amiga, pero Ana dice no, no quiero, estoy tratando de fumar menos.
En el salón de fiestas de la embajada todos los coreanos comían y bebían sin parar. Todos hablaban a los gritos, por eso Ana piensa que no se va a escuchar bien la música que quiere pasar. Se acerca a la cabina de dj que improvisaron los empleados de la embajada. Le pide a Youn mi que le acerque su mochila. Saca un pendrive de un bolsillo y lo enchufa a la computadora, pero no sabe cómo hacer que la música suene: la computadora está configurada en coreano. Por eso Ana decide buscar cosas en youtube. Pone una canción de The 5.6.7.8's, una banda de mujeres rockeras y japonesas. Es una canción conocida, tiene un ritmo bailable, pero en la fiesta nadie baila. El humo negro de los motores empieza a colarse en el salón donde la fiesta está sucediendo. Youn mi se acerca a su amiga Ana y le dice que saque esa música, que los invitados están enojados y ofendidos, que cómo va a poner eso, no sabes que Japón invadió Corea, son países enemigos, sacá esta mierda y andate acá. Ana desenchufa la computadora y sale a la calle.
En la vereda ve cómo el fuego de los vecinos es aún más grande. La oscuridad también crece, hay más cortes de luz. Al lado del tacho ahora están quemando un auto de la Policía de la Ciudad. Dicen que un vecino de más de 80 años acaba de morir culpa del calor, culpa de que no pudo prender el aire acondicionado para refrescar su casa. Ana se da cuenta de que le robaron su bici y que dejó el pendrive con música enchufado en la computadora de la embajada. Youn mi se acerca y le pide perdón, no quise tratarte así Ana, vámonos de acá.
Ana llama a Sergio para que las pase a buscar. Sergio es un español que llegó a Buenos Aires hace más de 10 años. Su empresa lo trasladó para que sea gerente de la sede que se ubica en Argentina, pero después de unos años la empresa quebró, él se quedó sin trabajo y ahora es remisero. También transporta mascotas y muebles pequeños. Tiene la esperanza de volver a su país, pero todavía no junto el dinero suficiente. Sergio a veces se acuesta con Ana, pero para Ana él es solo un amigo.
Cuando se suben al remise de Sergio, Youn mi le dice que van hasta Barracas, pero Sergio le dice que Barracas está sin luz y que al parecer el único lugar con luz en toda la ciudad es la costanera norte, pero a Youn mi y a Ana no les gusta la costanera norte así que le piden a Sergio que las lleve hasta Banfield. Conocen un karaoke muy divertido que está abierto hasta las nueve de la mañana y que no deja de vender alcohol a las cinco de la mañana.
Ni Ana ni Youn mi tienen plata en efectivo y Sergio no tiene su posnet inalámbrico encima. Para pagar el viaje Ana le da una de las pulseras de oro que le robó a la esposa del embajador.
Ana y Youn mi se bajan del auto y entran al karaoke. Cantan canciones de Aerosmith, de Shakira y cierran la noche interpretando a Los Pimpinelas. Cuando se hace de día las dos amigas salen con los tacos en la mano y fuman un cigarrillo en la puerta. Ana está contenta de fumar recién a esa hora: es el primer cigarrillo de la noche -o de la mañana- y ella está tratando de dejar de fumar. Caminan juntas y se despiden con un beso en la mejilla cuando llegan a la esquina del karaoke. Es domingo y en Banfield no hay nadie en la calle. A lo lejos ven una nube de humo negro, está arriba de Buenos Aires, cubre toda la ciudad.
Ana va a volver a tener noticias de Youn Mi -o Valeria- diez años después, cuando lea en la tapa de un diario que Valeria Youn Mi Choi, embajadora argentina en Corea, murió durante el primer bombardeo de Estados Unidos a Corea.

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Ejercicio 6: Hacen fila en una montaña.

En otro capítulo más de la historia de los boludos del mundo, dos tipos se mueren mientras hacen fila para llegar a la cumbre del Everest. Sí, incluso para escalar una montaña hay que hacer fila -o para morir en el intento. Quizás lo emocionante de escalar una montaña tan alta sea eso, que exista la posibilidad de perder la vida: caer barranca abajo y quebrarse todos los huesos, morir de hambre o de frío, perderse por ahí y no encontrar nunca el camino a casa. Futuros posibles slogans para promocionar un recorrido por el Everest: “Subir hasta morirse”, “Esperar hasta la muerte”, “Morirse esperando”.
Las filas son una ruleta rusa. Las filas pueden causar muchos males a muchas personas. Son un arma de doble filo. Por un lado organizan a un grupo de personas, pero por otro son el caldo de cultivo de múltiples desgracias: en la fila para subir al colectivo unos motochorros pueden robarle el celular a una persona, en la de una baño público alguien puede no aguantarse y hacerse encima, en la de la entrada a un boliche un buen machirulo puede apoyarsela al que tenga adelante, en la del cajero pueden robar ese sobre que adentro tiene la plata para pagar la tarjeta.
Año de elecciones en Argentina: ¿qué va a hacer la clase política de este país para ocuparse de este problema que afecta, sin lugar a dudas, a la gente de a pié? Las personas hacen colas sin sentido, pierden tiempo ¡exponen su vida! ¿De verdad nadie piensa ocuparse del problema de las filas? Qué importa la inflación, la deuda externa, la famosa grieta, si los ciudadanos y las ciudadanas pierden cientos de miles de minutos de sus vidas haciendo colas absurdas que sólo generan malestar y tristeza. La verdadera revolución de la alegría sería aquella revolución que le ponga fin a las esperas en fila. Así, nadie nunca va a ser asaltado, nadie se va a hacer pis encima (en el mejor de los casos) y así nunca más nadie va a sufrir un microinfarto culpa de ese chanta que se coló a último momento.

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Ejercicio 5: Música

Nunca pensé la posibilidad de que me gustara una chica. No recuerdo haber sentido algún tipo de atracción por una mujer en mi vida. Nunca besé a una chica. Nunca cogía con una chica. Siempre me gustaron los chicos. Me enamoré de mis compañeros de la escuela, de los que jugaban al fútbol en el baldío enfrente de mi casa, de un montón de heterosexuales que nunca me iban a dar pelota. Ni siquiera podía decirles que me gustaban, no podía decirle nada a nadie porque yo era un nene ¿cómo le dice un nene a su familia que es gay? No tengo idea.
Durante muchos años me preocupé de que nadie en mi casa se diera cuenta de que me gustaban los varones. Fingía estar enamorado de alguna compañera del colegio, hacía chistes machistas como mirá que buen orto o que ganas de tocarle las tetas a esa mina. Entre las cosas que hacía (en vano) para que nadie se diera que era puto con apenas diez años estaba encerrarme en mi habitación a escuchar con auriculares una copia pirata de Sin restricciones, el segundo disco de Miranda. Ese disco llegó a mi casa de la mano de mi hermana, que tenía 16 y una amiga que sabía bajar música de Internet y que además tenía una grabadora de cds en su computadora. Yo era un varón y por eso no podía escuchar una banda donde todos cantan con voz de pito y aparecen maquillados en la tele. No podía escuchar música de putos. O al menos eso me hicieron creer.
Escuchando Miranda entendí que lo que era ser maricón, aunque me lo demostrarán unos heterosexuales (confieso que hasta que Ale Sergi salió con Andrea Rincón creí que era gay). Miraba sus videoclips fascinado: salía rápido de la escuela y corría las tres cuadras que la separaban de mi casa para poder llegar a las doce del mediodía en punto para ver los diez más pedidos de Mtv porque siempre pasaban la canción “Don” o “Yo te diré”, que cuenta la historia de un amor clandestino, tan clandestino como mi putez.
Pasaron quince años desde que salió Sin restricciones y ahora vivo en otra ciudad, sin mi familia que aunque ya sabe que soy gay Miranda les parece una cagada. Y aunque pasaron quince años sigo escuchando Sin restricciones, pero no lo hago a escondidas: lo pongo al palo casi todas las semanas. No me preocupa que me escuchen mis vecinos o quien sea. A nadie le importa lo que escucho. Nadie me conoce. Lo que más me gusta de Buenos Aires es eso, que nadie me conoce y que no interesa que sea fan de unos heterosexuales dudosos que hacen pop y cantan canciones dramáticas, pero divertidas.

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Ejercicio 4: Volver

Vuelvo a tu casa por azar, porque me encontré a tu novia, que es mi amiga, en una esquina cualquiera un martes a la noche. Vuelvo porque ella me lo pide, me dice que te vas a poner contento si vuelvo. No puedo decir que no aunque quiera: ella está llorando encima mío mientras me pide que la acompañe a tu casa. Trato de consolarla con lugares comunes. Le digo tenes que ser fuerte, tenes que seguir adelante, vos vas a poder y otras frases vacías de sentido. Caminamos abrazados hasta la puerta de tu casa, en el medio compramos una birra y la tomamos por ahí. Brindamos.
Después de dos años vuelvo a subir los casi 50 escalones de mármol blanco que hay en la entrada para encontrarme con un lugar destruido. Parece una casa abandonada: las paredes del living y de los cinco cuatros están destruidas, todas descascaradas, olor a pis de gato por todos lados, bolsas de cemento rotas tiradas en el piso, pintura chorreada, pedazos de caños, muebles rotos. Mugre, tu casa es una mugre. Siempre fue una mugre, vos eras medio mugriento, pero nunca vi tanta suciedad. Tu novia me dice que ella va a terminar la obra así podes ver tu casa como la querías. Pero qué importa cómo vaya a quedar esta casa, si vos no vas a vivir acá nunca más porque estás muerto. Ahora sos un puñado de cenizas adentro de una caja de madera que tiene una chapa con tu nombre grabado de una manera muy desprolija.
Estás arriba del piano rodeado de objetos que parecen amuletos. Según ella eso es lo que necesitas para estar bien: una foto de tu mamá, tu diploma de la escuela primaria, una postal de España, una tuca, unas moneditas de no se donde, unos caracoles y otras chucherías más que no había visto nunca. Y ahora que estoy acá solo puedo pensar que te extraño, que fuiste el primer gran amigo que tuve cuando llegué a esta ciudad, que me gustaría que no estés muerto así tomamos whisky y fumamos porro en el sillón viejo de cuero marrón que hay acá. Da igual cómo quede la casa. No existís más y esta lugar es solo un montón de cosas llenas de tierra con olor a meo. No quiero volver nunca más.

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Ejercicio 3: Encierro

Me tiemblan los pies. Mi corazón late muy rápido. Trato de calmarme, de respirar profundo, pero no me puedo tranquilizar. Mi hermana está tirada en el piso, se desmayó hace unos minutos. Mi tío canta una canción de Los Pericos y dice que nos quedemos tranquilos que ya nos van a sacar. Estamos encerrados en un ascensor minúsculo. Es domingo, son las once de la noche y se cortó la luz mientras bajábamos para irnos. Dos pisos más arriba mi mamá llora y grita mis vidas mis vidas sáquenlos sáquenlos. Mi tío se enoja le dice que pare, que la gente está durmiendo, que hay chicos en el edificio, que hay gente grande, que no sea una loca. ¿Por qué está tan tranquilo? ¿No se da cuenta de la gravedad de esto que nos está pasando? Parece que ya llamaron al técnico. Dicen que va a llegar en una hora porque está en Flores. Que el encargado mande a alguien más rápido, le grito a mi tía desde el ascensor. Cinco minutos después me llega un mensaje de texto: “El encargado está re en pedo con un olor a vino horrible”.

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Ejercicio 2: Traición

Se están besando en mi cara y no les importa. Mi novio y mi mejor amiga meten sus lenguas en la boca del otro y no les preocupa que los esté mirando. No puedo creer lo que está pasando. Quiero matarlos a piñas. Son unos sádicos. Él me lo hace apropósito, estoy seguro, me quiere demostrar que es heterosexual, pero yo sé que no, que es puto, que me ama, que quiere estar conmigo, que vamos a estar juntos para siempre. Pero si me ama, ¿por qué me hace esto? ¿no podía levantarse a otra? Este es un colegio de monjas, está lleno de chicas ¡que se levante a otra, no a mi mejor amiga! Es un hijo de puta y ella también es otra hija de puta. Quizás ella no, porque no sabe que él es mi novio. Casi nadie sabe, porque él es un reprimido de mierda que no se banca todo lo que siente por mi y todo lo que yo siento por él. Odio, eso siento ahora, odio, odio, odio. Le está tocando el culo. No lo puedo creer. A mi nunca me toca el culo así y nunca me mete la lengua hasta la garganta la mitad del pasillo de la escuela.
Ella es fea, yo soy lindo y soy inteligente y tengo el mejor promedio de mi curso ¡hasta sé tocar el piano! Ella no sabe hacer nada especial, es una boluda, nunca se puso en pedo, baila mal y seguro es virgen. ¿Qué tiene ella de particular? Quiero que me lo diga, que se anime a decirme de frente qué tiene ella que no tenga yo. Esto se va a ir al carajo. No lo puedo soportar un minuto más, que paren de besarse, que paren ahora mismo. Tengo que reconquistarlo. Sí, tengo que convencerlo de que sólo tiene que estar conmigo. Yo sé que en el fondo me ama. Debe estar confundido. Sí, es eso, está confundido. No entiendo cómo hace para estar con esta piba. Ahora que la veo ahí, parada contra la pared, me doy que en el fondo no me cae tan bien. Ya no va a ser más mi mejor amiga, es una zorra inmunda que tiene que chapar con un puto porque sabe que ni en pedo puede levantarse a otro pibe. Ella debe ser lesbiana, seguro. Son los dos unos reprimidos. Ninguno de los dos merece mi respeto. Los odio, los odios, los odio. No. A él, no. A él lo amo.

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Ejercicio 1: Lástima

Apenas podes respirar. Tu cara está aplastada contra el asiento de atrás del auto de tu papá. La presión de la mano que tenes encima de la cabeza no es muy fuerte, pero igual apenas podes respirar. No estás nervioso porque es tu hermano el que hace presión, mientras te dice cosas al oído que no te vas a acordar nunca. Es de noche, las luces del garage de la casa de tu abuela están prendidas, pero el lugar igual te parece oscuro. Tu hermano está sentado arriba tuyo, sobre tu espalda. Con la mano que tiene libre, la que no aprieta la cabeza, te toca la espalda, te levanta la remera, la vuelve a bajar. Cambia de posición, se pone encima de tus piernas y aunque ya no te empuja la cabeza contra el asiento del auto preferís seguir mirando para abajo, preferís seguir teniendo un dificultad para respirar, preferís seguir sintiendo el calor que tu propia respiración provoca sobre tu cara. Tu hermano te baja el pantalón despacio. Vos estás tranquilo, crees que es un juego, un juego que él sabe jugar y vos no porque sos más chico. Crees que es normal que te baje el pantalón, que te baje los calzoncillos, que te toque. No tenes conciencia sobre tu cuerpo, porque apenas tenes ocho años. Las manos de tu hermano te aprietan las piernas, se meten entre los cachetes de tu culo. Sus manos no son mucho más grandes que las tuyas, pero sí su fuerza para retenerte ahí, boca abajo y semi desnudo, en el asiento de atrás del auto de tu papá, que está en el garage de tu abuela, una mujer de la que sabes poco, como también sabes poco de tu papá y, evidentemente, tampoco sabes mucho sobre tu hermano: qué piensa, por qué hace lo que hace. Algunos años después te vas a preguntar si lo hizo conscientemente o si simplemente fue algún tipo de imprudencia infantil. También te vas a hacer otras preguntas que nadie te va a responder. Ni siquiera tu papá que dentro de quince minutos va a entrar al garage y va ver con sus propios ojos lo que está pasando en el asiento de atrás de su auto, pero no va a hacer nada. Tampoco va a decir nada, ni él, ni nadie en los próximos 16 años.

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Creí que escribir un texto corto por día iba a ser fácil. Pero no. Escribí en el celular, en cuadernitos, en notas, pero nunca publiqué nada. Me distraje. Trabajé mucho. Voy a intentar llegar a la meta, aunque voy como 80 textos abajo. Voy a empezar por el principio: decir todo lo que anoté y no publiqué.