viernes, 8 de febrero de 2019

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A Santiago Villanueva lo conocí en marzo de 2015. Le hice una entrevista brevísima para la revista Rolling Stone sobre el ciclo Bellos Jueves. A partir de ahí nos volvímos muy buenos amigos. Creo que lo que más disfruto de él es que nunca deja de sorprenderme. Ya pasaron algunos años desde que nos conocemos y siempre tiene algo ahí guardado que me sorprende. Santi es increíble. Y entre las cosas que me causan sorpresa y asombro está esta historia que me mandó para el viernes de amigxs.

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Hay dos ideas en las que coincidimos con Fernanda sobre el arte. La primera es que las obras no son importantes, o en realidad lo son cuando se conciben con una actitud que no incluye la importancia. Son más un pasaje, un tobogán a otra cosa. La otra es que hay enemigos, y los podemos nombrar.
Vamos en tren a Villa Ballester a ver a Clara Angelica, artista que inaugura nuestro nuevo espacio “2019”. Las preguntas empiezan de atrás para adelante. Clara nos dice que muy pocas amigas la visitan, porque en realidad no tiene amigas. Las paredes de la casa tienen una humedad que ya llega a más de trescientas variaciones de ocre, lo tiene que arreglar, dice. Pero creemos que aunque algunas cosas sean insalubres, es mejor no tocarlas. Clara tiene unos muñecos, que son su familia, a los que les hace ropa, les decora mesas y pasa los años nuevos. Usa de manera indiferente la idea de hermano o de hijo, pero no se rie.
Hizo un cuadro en el 89 donde su mano pinta un remolino del que salen muchas bocas, corazones y una mujer desnuda. En ella está la frescura de los que hacen obra sin mezclarla con nervios; no tiene amigos pero tal vez tampoco los necesite.

Santiago Villanueva

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