domingo, 30 de junio de 2019

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Ejercicio 1: Lástima

Apenas podes respirar. Tu cara está aplastada contra el asiento de atrás del auto de tu papá. La presión de la mano que tenes encima de la cabeza no es muy fuerte, pero igual apenas podes respirar. No estás nervioso porque es tu hermano el que hace presión, mientras te dice cosas al oído que no te vas a acordar nunca. Es de noche, las luces del garage de la casa de tu abuela están prendidas, pero el lugar igual te parece oscuro. Tu hermano está sentado arriba tuyo, sobre tu espalda. Con la mano que tiene libre, la que no aprieta la cabeza, te toca la espalda, te levanta la remera, la vuelve a bajar. Cambia de posición, se pone encima de tus piernas y aunque ya no te empuja la cabeza contra el asiento del auto preferís seguir mirando para abajo, preferís seguir teniendo un dificultad para respirar, preferís seguir sintiendo el calor que tu propia respiración provoca sobre tu cara. Tu hermano te baja el pantalón despacio. Vos estás tranquilo, crees que es un juego, un juego que él sabe jugar y vos no porque sos más chico. Crees que es normal que te baje el pantalón, que te baje los calzoncillos, que te toque. No tenes conciencia sobre tu cuerpo, porque apenas tenes ocho años. Las manos de tu hermano te aprietan las piernas, se meten entre los cachetes de tu culo. Sus manos no son mucho más grandes que las tuyas, pero sí su fuerza para retenerte ahí, boca abajo y semi desnudo, en el asiento de atrás del auto de tu papá, que está en el garage de tu abuela, una mujer de la que sabes poco, como también sabes poco de tu papá y, evidentemente, tampoco sabes mucho sobre tu hermano: qué piensa, por qué hace lo que hace. Algunos años después te vas a preguntar si lo hizo conscientemente o si simplemente fue algún tipo de imprudencia infantil. También te vas a hacer otras preguntas que nadie te va a responder. Ni siquiera tu papá que dentro de quince minutos va a entrar al garage y va ver con sus propios ojos lo que está pasando en el asiento de atrás de su auto, pero no va a hacer nada. Tampoco va a decir nada, ni él, ni nadie en los próximos 16 años.

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