domingo, 30 de junio de 2019

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Ejercicio 5: Música

Nunca pensé la posibilidad de que me gustara una chica. No recuerdo haber sentido algún tipo de atracción por una mujer en mi vida. Nunca besé a una chica. Nunca cogía con una chica. Siempre me gustaron los chicos. Me enamoré de mis compañeros de la escuela, de los que jugaban al fútbol en el baldío enfrente de mi casa, de un montón de heterosexuales que nunca me iban a dar pelota. Ni siquiera podía decirles que me gustaban, no podía decirle nada a nadie porque yo era un nene ¿cómo le dice un nene a su familia que es gay? No tengo idea.
Durante muchos años me preocupé de que nadie en mi casa se diera cuenta de que me gustaban los varones. Fingía estar enamorado de alguna compañera del colegio, hacía chistes machistas como mirá que buen orto o que ganas de tocarle las tetas a esa mina. Entre las cosas que hacía (en vano) para que nadie se diera que era puto con apenas diez años estaba encerrarme en mi habitación a escuchar con auriculares una copia pirata de Sin restricciones, el segundo disco de Miranda. Ese disco llegó a mi casa de la mano de mi hermana, que tenía 16 y una amiga que sabía bajar música de Internet y que además tenía una grabadora de cds en su computadora. Yo era un varón y por eso no podía escuchar una banda donde todos cantan con voz de pito y aparecen maquillados en la tele. No podía escuchar música de putos. O al menos eso me hicieron creer.
Escuchando Miranda entendí que lo que era ser maricón, aunque me lo demostrarán unos heterosexuales (confieso que hasta que Ale Sergi salió con Andrea Rincón creí que era gay). Miraba sus videoclips fascinado: salía rápido de la escuela y corría las tres cuadras que la separaban de mi casa para poder llegar a las doce del mediodía en punto para ver los diez más pedidos de Mtv porque siempre pasaban la canción “Don” o “Yo te diré”, que cuenta la historia de un amor clandestino, tan clandestino como mi putez.
Pasaron quince años desde que salió Sin restricciones y ahora vivo en otra ciudad, sin mi familia que aunque ya sabe que soy gay Miranda les parece una cagada. Y aunque pasaron quince años sigo escuchando Sin restricciones, pero no lo hago a escondidas: lo pongo al palo casi todas las semanas. No me preocupa que me escuchen mis vecinos o quien sea. A nadie le importa lo que escucho. Nadie me conoce. Lo que más me gusta de Buenos Aires es eso, que nadie me conoce y que no interesa que sea fan de unos heterosexuales dudosos que hacen pop y cantan canciones dramáticas, pero divertidas.

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