domingo, 30 de junio de 2019

110

Dos chicas

Ana vuelve a su casa en bicicleta. Es de noche, en Buenos Aires hace calor, hay humedad y fuego en algunas esquinas: la mitad de la ciudad está a oscuras hace tres días y los vecinos salieron con carteles y cacerolas para quejarse. Ana los ve pero no les presta atención. En su barrio nunca hay problemas con la electricidad. Vive en el norte de la ciudad.
Ana salió temprano de su casa, con menos calor, con menos humedad, con menos fuego y con más luz. Cuando salió decidió pedalear todo el día sin casco, para que no le transpire la cabeza y para poder escuchar música con los auriculares de vincha que usa cuando trabaja de dj en alguna fiesta electrónica. El resto de los días atiende un bar y da clases de pintura para niños. Ana pedalea escuchando un disco con versiones vaporwave de Charly García. Siente que flota. Pedalea despacio. La humedad se le mete en el cuerpo. Cierra los ojos y avanza sin mirar.
Cuando abre los ojos Ana decide mirar para arriba: le gusta ver los caserones de Belgrano. Ventanas gigantes, molduras, jardines. Cada vez que Ana pasa por ahí se imagina cómo son esas casas por dentro, cómo son sus dueños, qué tipo de problemas tendrán y también imagina cómo sería su vida si ella viviera así, con ese estilo de vida. No reniega de su pasado, de haber nacido en Florencio Varela, ni de vivir en un monoambiente en el patio de una señora de 76 años, que enviudó a los 37: su marido fue atropellado por un colectivo de que pasó en rojo. Nunca tuvieron hijos.
Ana piensa si alguna vez podría entrar a uno de esos caserones, si puede tocar el timbre de algún vecino y decirle dejame pasar quiero conocer tu casa y no parecer una persona con problemas mentales. Cada vez que tiene esa fantasía se acuerda de un cuento que leyó una vez y que contaba la historia de una madre y su hija que se dedican a pasear por barrios lujosos de la ciudad solo para admirar la arquitectura de la que disfrutan los ricos. El nudo de la narración se da cuando la madre se instala en una casa y no quiere salir. Ana no tiene presente el final de la historia, pero cree que todo termina cuando la policía saca a la madre de la mansión de forma violenta. O tal vez es el marido de la dueña de casa. No se acuerda. 
Ana está a pocas cuadras de su casa. Le quedan pocos minutos para disfrutar de las casas gigantes, de la calle ancha con adoquines y de los árboles gigantes que crean una especie de túnel silvestre. De repente todo se queda oscuras. Ana se sorprende y piensa este verano los chetos tampoco van a tener luz. A ella le parece bien eso porque siempre le pareció injusto que los que menos gastan sean los que menos luz tienen. Ana piensa en la cantidad de aires acondicionados que hay en estos caserones, en el daño ambiental que provocan, en la cantidad de gases tóxicos que deben emitir todos los electrodomésticos que tienen las personas de las clases altas adentro de sus casas.
Ana está convencida que la tasa de muertes por cáncer es mayor en poblaciones ricas que en poblaciones pobres. Ella cree que es así por la cantidad de dispositivos eléctricos que emiten radiación dentro de esas mansiones.
Después de pedalear unas cuadras a oscuras Ana ve que la esquina de la próxima cuadra está iluminada. El contraste entre la oscuridad total del barrio y esa esquina es violento. Se acerca hasta ahí y para: quiere saber por qué hay personas con rasgos asiáticos haciendo fila para entrar al caserón. Tienen ropa de gala, hablan fuerte. Algunos sostienen unos farolitos de papel que iluminan toda la cuadra. La fila es tan larga que dobla a la esquina.
Ana no puede dejar de mirar los atuendos y los peinados de los hombres y las mujeres. Piensa que puede ser una secta, una orden de chinos poderosos que se juntan para hacer negocios o armar una sede de la mafia china en Buenos Aires. Se baja de la bici y empieza a caminar al lado de la fila. La recorre. Nadie la mira. Trata de entender qué dicen y de qué parte de oriente son, pero no logra darse cuenta.
Cuando llega a la puerta del lugar ve a una chica con un kimono negro pero brillante con una carpeta en la mano y dos tipos vestidos de negro detrás de ella. Cada uno con una katana en las manos. Cuando las ve Ana piensa en Hattori Hanzo, el personaje japonés que le hace una katana a Uma Thurman en Kill Bill. Se pregunta si existe Hattori Hanzo, si las katanas que tienen estos tipos de seguridad serán diseños de Hattori Hanzo. Decide buscar en Google.
Dice Wikipedia: “Hattori Hanzo fue un samurai de los periodos Sengoku y Azuchi-Momoyama de la historia de Japón. También se le considera uno de los samurai más conocidos, líder de los clanes de Iga. Murió en 1596. Se cree que fue asesinado por un ninja rival llamado Fuma Kotaro”.
Ana se desilusiona un poco por la poca información que hay en Internet sobre Hattori Hanzo. Volverá a investigarlo dos años después cuando decida tomar clases de esgrima con una profesora japonesa que le enseñará cómo manejar una katana.
Cuando termina de leer la entrada de Wikipedia Ana escucha que dicen su nombre. Ana, Ana sos vos, dice alguien detrás de ella. Cuando se da vuelta ve que la mujer que estaba en la puerta con el kimono negro pero brillante, protegida por dos tipos de negro con katanas, se le acerca. Ella no reconoce quién es, pero después de unos segundos se da cuenta que es Valeria, su mejor amiga la escuela. Hace más de 15 años que no se ven. Ana se saca sus auriculares de vincha, los que usa para pasar música cuando es dj, le da un beso con un abrazo y le dice Vale cómo estás, hace años que no te veo. No me digas Vale, Ana, porque acá estoy laburando así que tengo que usar mi nombre de verdad, el de nacimiento, el coreano, así que decime Young mi.
Young mi le cuenta a Ana que trabaja hace algunos años en la embajada de Corea. Es la encargada del área de ceremonial y protocolo. Ella es la única que habla español y coreano, así que se encarga de hacer todas las gestiones con los proveedores y los diplomáticos cada vez que hay un evento. Youn mi dice que hoy es la cena anual que organiza la embajada de Corea para los empresarios Coreanos que están en Argentina, que si quiere puede pasar a la fiesta con ella. Ana duda de entrar, no tiene un look adecuado, pero su amiga insiste y además le pide que musicalice la noche, porque el dj coreano que iba a pasar música nunca llegó a la fiesta. A la semana siguiente Young mi se enterará que el dj nunca llegó porque se escapó con la hija del embajador a Brasil. Una vez instalados abrirán un local de ropa coreana en Río de Janeiro y él se convertirá en uno de los djs más importantes de la escena carioca.
Finalmente Ana decide entrar a la fiesta. Recorre el lugar. La embajada está ubicada en el centro del terreno. No tiene ningún rasgo que remita a Corea, salvo por unas acuarelas con motivos coreanos que cuelgan en algunas paredes del lugar. En un costado de la casa hay seis motores andando, son de esos que dan luz, los que funcionan con nafta. Hacen mucho ruido pero permiten que la fiesta avance. Afuera, los vecinos se quejan en la esquina por el corte de luz que ya lleva unas dos o tres horas. A pesar de las mujeres tienen joyas en sus manos y cuellos y que los hombres están de mocasines deciden prender fuego un tacho de basura que hay en la esquina. El ruido de la protesta se mezcla con el ruido de los motores. Dos de los seis motores largan mucho humo.
Después de recorrer el patio Youn mi, o Valeria, le dice a Ana entremos, la mujer del embajador te va a prestar ropa de gala para que no estés a destono. Ana sigue a su amiga por toda la embajada, suben y bajan escaleras, doblan por pasillos anchos y otros angostos, se meten en cuartos que sirven para llegar a otros pasillos: según Youn mi, es el camino más rápido para llegar al cuarto del embajador. Ana se da cuenta que no sabe como volver, que si no estuviese con su amiga Valeria estaría perdida.
Pasan unos quince minutos hasta que Ana y su amiga llegan al cuarto del embajador. Para que la puerta se abra, Youn mi apoya una tarjeta de plásticos que tiene colgada del cuello en un cuadradito de acero con una lucecita roja. Después de unos segundos la luz se pone verde y entran. En la habitación está Mi-Suk, la mujer del embajador. Sobre la cama un traje de dos piezas: una pollera de tubo y una chaqueta tiene en los hombros unas flores de loto bordadas. Mi-Suk le dice en coreano a Youn mi que le diga a Ana que se lo pruebe, que va a hacer quedar mal al embajador si sigue vestida como está. Youn mi le explica a Ana que Mi-Suk le dijo que se pruebe el traje, que se cambie de ropa porque si sigue con la que tiene puesta va a hacer quedar mal embajador.
Ana se mete atrás de un biombo que tiene Mi-Suk en su habitación. Se saca la ropa que tiene puesta, se pone el traje de dos piezas y se mira al espejo. Le gusta como le queda y decide que se va a ir de la fiesta con esa ropa, que no la va a devolver, que a cambio va a dejar su ropa occidental en el piso de la habitación. Antes de salir del biombo agarra dos pulseras de oro con diamantes verdes incrustados que estaban en el placar y se las mete abajo del corpiño.
Mientras volvían a la fiesta Valeria le dice a su amiga Ana que la acompañe al baño. Entran en uno que es enteramente de mármol blanco. Valeria saca una cajita de cristal rojo. La abre y con la tarjeta de identificación de la embajada se toma un pase de cocaína. Le ofrece a su amiga, pero Ana dice no, no quiero, estoy tratando de fumar menos.
En el salón de fiestas de la embajada todos los coreanos comían y bebían sin parar. Todos hablaban a los gritos, por eso Ana piensa que no se va a escuchar bien la música que quiere pasar. Se acerca a la cabina de dj que improvisaron los empleados de la embajada. Le pide a Youn mi que le acerque su mochila. Saca un pendrive de un bolsillo y lo enchufa a la computadora, pero no sabe cómo hacer que la música suene: la computadora está configurada en coreano. Por eso Ana decide buscar cosas en youtube. Pone una canción de The 5.6.7.8's, una banda de mujeres rockeras y japonesas. Es una canción conocida, tiene un ritmo bailable, pero en la fiesta nadie baila. El humo negro de los motores empieza a colarse en el salón donde la fiesta está sucediendo. Youn mi se acerca a su amiga Ana y le dice que saque esa música, que los invitados están enojados y ofendidos, que cómo va a poner eso, no sabes que Japón invadió Corea, son países enemigos, sacá esta mierda y andate acá. Ana desenchufa la computadora y sale a la calle.
En la vereda ve cómo el fuego de los vecinos es aún más grande. La oscuridad también crece, hay más cortes de luz. Al lado del tacho ahora están quemando un auto de la Policía de la Ciudad. Dicen que un vecino de más de 80 años acaba de morir culpa del calor, culpa de que no pudo prender el aire acondicionado para refrescar su casa. Ana se da cuenta de que le robaron su bici y que dejó el pendrive con música enchufado en la computadora de la embajada. Youn mi se acerca y le pide perdón, no quise tratarte así Ana, vámonos de acá.
Ana llama a Sergio para que las pase a buscar. Sergio es un español que llegó a Buenos Aires hace más de 10 años. Su empresa lo trasladó para que sea gerente de la sede que se ubica en Argentina, pero después de unos años la empresa quebró, él se quedó sin trabajo y ahora es remisero. También transporta mascotas y muebles pequeños. Tiene la esperanza de volver a su país, pero todavía no junto el dinero suficiente. Sergio a veces se acuesta con Ana, pero para Ana él es solo un amigo.
Cuando se suben al remise de Sergio, Youn mi le dice que van hasta Barracas, pero Sergio le dice que Barracas está sin luz y que al parecer el único lugar con luz en toda la ciudad es la costanera norte, pero a Youn mi y a Ana no les gusta la costanera norte así que le piden a Sergio que las lleve hasta Banfield. Conocen un karaoke muy divertido que está abierto hasta las nueve de la mañana y que no deja de vender alcohol a las cinco de la mañana.
Ni Ana ni Youn mi tienen plata en efectivo y Sergio no tiene su posnet inalámbrico encima. Para pagar el viaje Ana le da una de las pulseras de oro que le robó a la esposa del embajador.
Ana y Youn mi se bajan del auto y entran al karaoke. Cantan canciones de Aerosmith, de Shakira y cierran la noche interpretando a Los Pimpinelas. Cuando se hace de día las dos amigas salen con los tacos en la mano y fuman un cigarrillo en la puerta. Ana está contenta de fumar recién a esa hora: es el primer cigarrillo de la noche -o de la mañana- y ella está tratando de dejar de fumar. Caminan juntas y se despiden con un beso en la mejilla cuando llegan a la esquina del karaoke. Es domingo y en Banfield no hay nadie en la calle. A lo lejos ven una nube de humo negro, está arriba de Buenos Aires, cubre toda la ciudad.
Ana va a volver a tener noticias de Youn Mi -o Valeria- diez años después, cuando lea en la tapa de un diario que Valeria Youn Mi Choi, embajadora argentina en Corea, murió durante el primer bombardeo de Estados Unidos a Corea.

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