martes, 26 de noviembre de 2019

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El primero de una serie de ejercicios:

En mi barrio mis vecinos pusieron luces azules que se prenden de noche. Las lucen titilan, simulan ser las sirenas de un patrullero. Imagino que lo hacen para espantar a los ladrones, para que crean que hay seguridad en la cuadra. Las únicas luces que me gusta que titiles son las de mi bicicleta: dos blancas adelante y una roja atrás.
Ya no quiero vivir en este barrio, rodeado de personas que creen que la policía los protege.
Hace un mes y pico me pegaron en la calle y le pedí ayuda a un policía, pero me levantó el pulgar y siguió caminando. No quiero vivir más en este barrio, donde los niños y las niñas salen a la tardecita con sus madres y padres a andar en patineta o en bici.
Por eso me voy a mudar. Ya no aguanto más esas imágenes de niños blancos y ojos azulinos, como las falsas sirenas de policías. Me voy a ir a vivir a ese límite curioso entre Recoleta y Once: Córdoba y Ecuador. Lo único que lamento es que voy a perder la terraza que tengo, justo ahora que empieza el calor. A un chico que a veces viene a mi casa a comer, coger y dormir le gusta mi terraza. Una vez vino y se tiró al sol. No hablamos. Nos apoyamos uno sobre el otro nos quedamos callados.
Me gusta la idea de volver al centro. Me fui porque estaba aturdido y porque tomaba muchas drogas. Pero ahora, después de dos años y medio, ya no estoy aturdido y tampoco tomo tantas drogas.

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