miércoles, 18 de septiembre de 2019

214

Anoche me acordé de algo que hice con mi mamá un domingo a la noche, creo que en 2005 o 2006.
Al tiempo de que mi mamá se separó de mi viejo conoció a un tipo que era nefasto: un veterinario psicópata y manipulador. Con mis hermanos lo odiábamos. El tipo era extremadamente mentiroso y mi madre extremadamente ingenua. En eso nos parecemos: nos cuesta no confiar en las personas que queremos (o que queremos querer). Después de varios meses mi mamá terminó siguiéndolo con su mejor amiga arriba del auto y lo encontraron cogiéndose a otra en medio de una playa que queda en la mitad de la nada.
De ese episodio de novela me enteré bastante tiempo después. Pero, cuando apenas ocurrió, mi vieja estaba re deprimida (acá empieza la anécdota) así que le propuse que juntáramos todas las cosas que él le había regalado y que quememos todo. Lo hicimos. Salimos hasta un patio interno que tiene el barrio donde vivía en Trelew, hicimos un montoncito de hojas, arrancamos el fuego y quemamos todo. La única imagen precisa que me acuerdo, de ese momento en el que arrancó el fuego, es la de un libro de autoayuda todo roto quemándose. En la tapa había un ojo con una lágrima. El título era La inutilidad del sufrimiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario