miércoles, 18 de septiembre de 2019

216

Hoy, hace exactamente un año, se murió mi tía Bety. En su honor, el mismo día que falleció, escribí un texto sobre ella y un libro que narra una fuga de una cárcel de mujeres durante la dictadura uruguaya (ese texto de hace un año se puede leer acá).  Ella era genial, complicada, pero genial. La primera vez que entré al Museo Nacional de Bellas Artes, fue con ella. Ella me incentivó para anotarme en la carrera de crítica de arte. Cada vez que tenía que rendir un examen ella sabía la fecha y a los días me mandaba un mail para preguntar cómo me había ido. Nos veíamos para almorzar: ponía una vajilla especial para recibirme y preparaba entrada, plato principal y postre. Tomábamos jugo en polvo o, en el mejor de los casos, una copa de vino. Las últimas veces que la vi grabé nuestras charlas porque sabía que iban a ser las últimas y no me quería olvidar de su voz. Hasta ahora no me animé a escuchar esos audios.
El día que se murió me levanté y tenía un mensaje en mi celular de su hija que decía: "Ma se fue". Al instante llamé a mi mamá y empecé a llorar. A la tarde fui al velorio. No había flores, así que compré un ramito de flores blancas, baratas, y lo puse arriba del cajón. Volví caminando desde la sala velatoria hasta mi casa, comí unas empanadas. Lloré un rato más. Revisé todos los libros de mi biblioteca que ella me había regalado y me fui a dormir.
Al día siguiente fui a Chacarita al crematorio. Todo me pareció bastante ridículo. No lloré hasta el momento en  que vi cómo el cajón entraba a ese horno gigante y rarísimo. Me abracé con una prima lejana. Después con una tía, hermana de mi vieja, y pedía por ver a mi mamá. A la noche José me pasó a buscar por la casa de un familiar. Me invitó una cerveza y un bun de no se qué. Nos sentamos en silencio, uno enfrente del otro. Cuando empecé a llorar otra vez él se paró y me abrazó. Volvimos en el tren callados hasta mi casa y dormimos juntos.
La extraño mucho.

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