jueves, 10 de enero de 2019

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Hoy fui a un casamiento. En mi vida fui a cuatro casamientos antes del de hoy: el primero fue de un compañero de trabajo de mi papá, cuya existencia quité de mi mente hasta hace unos pocos días cuando mi mamá me volvió a hablar de él; el segundo fue el de los padres de una amiga, después de 20 años juntxs y tres hijxs decidieron casarse; el cuarto fue el de una amiga de Trelew, en el cual intenté tomarme una foto sexi pero no lo logré.
El nuevo casamiento al que fui, que se suma a esta breve lista, es el de Daniela Ruiz. A ella la conocí en 2014, cuando tenía 19 años y llevaba apenas un año en Buenos Aires. Dani se encargó de sacarme las trenzas de Heidi que traía puestas y de cambiarme la valija llena de sueños de provinciana. Dani es una activista trans y el día que nos conocimos nos hicimos amigxs. En esa oportunidad fui a hacerle una entrevista, después de ver una obra de teatro de su autoría que había presentado en un centro cultural comunista. Cuando terminamos me dijo que me iba a dar su bendición travesti. "Nosotros vamos a hacernos muy buenos amigos y además de eso a vos te va a ir muy bien en tu carrera como periodista". Sí, nos hicimos buenos amigos y, con respecto a lo segundo, vengo bastante bien. O al menos eso creo.
Durante varios años ella y Fabián -su actual marido- tuvieron una florería en Tucumán y Rodríguez Peña. Usábamos esa florería como base de operación de una cooperativa que dirigió Dani hasta el 2017: la Cooperativa Arte Trans, la primer cooperativa artística formada por chicas travestis y transexuales. Mi tarea era ser escriba de esa organización: Daniela se paseaba por la florería pensando en voz alta ideas, proyectos, respuestas a formularios, entre otras cosas, mientras yo trataba de traducir toda esa vorágine de pensamientos en un texto. Era como traducir. Siempre respeté mucho el oficio de la traducción, la posibilidad de reescribir algo hermoso que piensa alguien que no sos vos.
Pero lo que que importa es que Dani y Fabián se casaron después de 20 años. Y mientras lxs troskxs-progresistas dicen que el matrimonio es una institución antigua y retrógrada, otrxs personas, como Daniela, piensan que es muy importante que el Estado pueda reconocer legalmente la unión de dos personas que no necesariamente son heterosexuales y sis. Incluso su casamiento fue otro capítulo de su activismo.
Lo que aprendí de Daniela y de Fabián, durante todas esas tardes que pasé en la florería, es que siempre hay una tercera posición. Que no todo es A o B. Y, aunque parezca naif, el amor, posta, vence al odio.
Ellxs se conocieron a mediados de los noventa. Ella recién había llegado de Salta y tuvo que ejercer la prostitución para sobrevivir. Estaba por terminar su turno y un cliente, Fabián, se acercó a ella. Dani le explicó que se estaba yendo, que vuelva otro día. Él insistió y se ofreció a llevarla al hotel. La llevó. No pasó nada, sólo desayunaron. Después de eso inauguraron una rutina: días tras día Fabián iba a buscarla, salían a comer, a pasear. Al poco tiempo Daniela estaba viviendo con él y así logró salir del sistema prostibulario para convertirse en florista.
Escribí sobre varios momentos de la cooperativa y de la vida de Dani. En 2015, disculpá el autobombo, hice un perfil sobre ella en el que conté su vida y su carrera como activista, ese texto resultó ganador del Primer Concurso de Crónica de la Fundación Tomás Eloy Martínez. Salió en el libro Nunca la misma Historia, una antología de crónicas publicada por Editorial Marea que se puede leer acá.
Ahora vuelvo a escribir sobre ella. Imagino que no será la última vez. Y como dice ese hit de principios de los noventa: nadie puede y nadie debe vivir sin amor.




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